
Hace 27 años que se inició a nivel de la Diócesis de Málaga el camino para elevar a los altares al sacerdote jesuita Tiburcio Arnáiz Muñoz, que falleció en Málaga en 1926 con una fama de santidad que ha permanecido hasta la actualidad. En octubre del año 2016, el Papa Francisco declaró las virtudes heroicas del padre Arnáiz, y, dos meses más tarde, en diciembre, la comisión de médicos de la Congregación para la Causa de los Santos del Vaticano no encontró explicación científica alguna para un suceso milagroso que ha resultado clave para que el Santo Padre lo pueda proclamar beato.
Este suceso se produjo en junio de 1994 cuando el malagueño Manuel Antonio Lucena García, de 41 años, sufrió un infarto de miocardio que le mantuvo sin oxigenación alrededor de diez minutos. Las pruebas radiológicas revelaron importantes daños cerebrales que debían haberse traducido en secuelas físicas o psíquicas. Por mediación de la hermana del afectado, toda la familia encomendó la recuperación de Manuel Antonio a la intercesión del padre Arnáiz. «Ante la perplejidad del equipo de cardiología del Hospital Carlos Haya de Málaga, Manuel Antonio Lucena abandonó la UCI sin ninguna secuela», han expuesto en un comunicado desde el Patronato del Padre Arnáiz.