
¿Os imagináis que se hiciera verdad eso de «año nuevo, vida nueva»?
¿Y que los futurólogos no nos soltaran ya sus presagios calamitosos, sino una lluvia de bendiciones sociales, culturales, económicas y morales?
¿Y que, mientras vivimos eso de "uno de enero, dos de febrero, tres de marzo, cuatro de abril", comprobáramos que nuestro entorno se transformaba y llegábamos llenos de dicha al «siete de julio, San Fermín»?
Pues, ea, no soñéis. Y no porque no sea posible. Sino porque nos empeñamos en que eso de "año nuevo, vida nueva" nos tiene que venir dado «de fuera», como una lotería primitiva.
Nos resistimos a admitir lo contrario: que la «vida nueva» tenga que nacer de «dentro», de nuestro esfuerzo personal, de nuestra conciencia de pecadores dispuestos a cambiar, de nuestros continuos propósitos de la enmienda. Y sin embargo es así.
Los futbolistas suelen reconocer a veces que "han tenido suerte" en un partido. Pero siempre añaden: "Lo que pasa es que la suerte hay que buscarla". Lo mismo pasa con eso del "año nuevo".
¡FELIZ AÑO NUEVO!